Tuesday, March 13, 2007

Somebody save me ...

22.00
El auto dobló la esquina y algo tirado en la calle, capturó su atención. La identificó de de inmediato. Era una caja pequeña, color salmón, abierta y vacía, que había sido desechada con desprecio por un despreocupado dueño. Unos metros más adelante, tapando la entrada de la enorme boca de tormenta se encontraba la correspondiente bolsa de igual color.
Unas cuantas horas antes y a un par de cuadras de la agitada avenida que desemboca en la rambla, esa misma bolsa con esa misma caja habían estado en sus manos mientras caminaba distraídamente por el parque hacia la parada de taxis. La noche todavía veraniega invitaba a respirar con fuerzas el limpio aire de la noche y a contar las estrellas. Las calles estaban bastante vacías, a pesar de lo temprano de la hora y de la alta concentración de restaurantes de moda.
Apenas se dio cuenta cuando unas manos veloces arrebataron la cartera blanca, la preferida del verano, que colgaba de su brazo izquierdo y que acompasaba rítmicamente el movimiento de una bolsa salmón que en su interior albergaba la consabida atención con que las empresas premiaban la asistencia de los cumplidos invitados a sus presentaciones.
La sorpresa y la violencia fueron tales que no atinó a actuar.
No ya a gritar, sino al menos a reaccionar físicamente. El grito y los insultos, lo sabía eran imposibles, alguna barrera infranqueable impedía que cualquier violencia de su parte atrajeran la atención sobre sí. Pero un movimiento, aun el más tímido, hubiera sido al menos una señal de autodefensa que aplacara la indignación que sobrevendría más tarde.
No supo qué hacer. Documentos, billetera, teléfono, todo ahí dentro.

22.10
Corría y corría y corría. Sentía el latido de su corazón a punto de explotar y sus oídos pulsaban. El aire se le escapaba. Las luces de los autos, del alumbrado público y de los eternos semáforos en rojo, todas las luces de la ciudad vestida para la noche lo hipnotizaban y confundían.
Ignoraba por dónde iba, pero no le importaba. Sus piernas no necesitaban saberlo; se movían por inercia y con una velocidad que siempre le asombraba. Los brazos le pesaban y cuando finalmente se detuvo, estaba frente al mar.
La luz era escasa y a tientas buscó frenéticamente algo que no lograba encontrar. Se exasperó y volcó el contenido íntegro del gran bolso blanco sobre el césped. Unos pocos billetes y un celular mudo que protestaba con titilantes luces de colores fueron el saldo del botín. Rebuscó un poco más y guardó en sus bolsillos un par de objetos al azar. Sólo entonces recordó la bolsa naranja, y mientras cruzaba la calle examinó el contenido que cayó en medio de la calle y fue arrollado por un auto que avanzaba velozmente.

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